Con algo de sueño suena en el bus para Madrid el "Sí esto no se arregla".
No se porqué, se vienen a mi mente imágenes de “Veinte mil leguas de viaje submarino”; la lluvia no fue para tanto, hacía frío para la gente de mi pueblo; los pies, la espalda y el pelo mojados espoleados por aquella brisilla que nos ponía una sonrisa idiota en el rostro.
Caminamos, vaya si caminamos; al margen de los kilómetros recorridos en el bus, las idas y venidas a las colas en los atestados aseos y la búsqueda incansable del codiciado grial asiático; caminamos por el Paseo del Prado, nos paramos en mitad del asfalto mojado, chapoteamos en los incontables baches de las calles de un Madrid en obras; nos vimos comprimidos en mitad de un pasadizo a las mismas puertas de la Puerta del Sol. El sol de España ausente, todo un símbolo el kilómetro cero de toda la península. Kilómetros 0, Grados 4; o seis u ocho. Los grados ganaban por goleada; pero no había quien nos cobijara del frío, no había quien saliera de su cómoda madriguera a departir, compartir, confraternizar, caminar; con estas miles de personas que clamaban por los derechos de todas y también por los de las que no tuvieron la valentía o la conciencia de salir de sus nichos aclimatados.
En los primeros pasos de nuestro peregrinaje, nos encontramos con las gentes de diversos barrios de Cartagena, poco más de veinte personas. No haremos porcentajes, no me chiflan las matemáticas. En Murcia conseguimos casi, llenar el bus y otro más. Claro que ellos tienen el Soterramiento, la Autovía del Bancal y otros colectivos con los que no contamos en Cartagena (Montes sin leña)…
Veníamos dispuestas a darlo todo, en el camino bombardeamos los oídos de quien tuviera buen gusto musical con nuestras aguerridas y poco afinadas gargantas, repetíamos consignas y frases habituales a las que sumábamos ocurrencias de última hora. Como no, teníamos todo el día por delante y muchas ganas de dejar constancia de nuestras reivindicaciones en Madrid y por doquiera hoyara nuestro pie.
Un alto en el camino nos ponía de lleno frente a la realidad meteorológica que iba a presidir el resto del día; lloviznaba y el viento nos juntaba las carnes. Por supuesto, colas en los aseos, colas para el grial asiático. Y un cigarrillo sufrido bajo esas inclemencias, antes de continuar nuestro recorrido. Hay que dejar de fumar, o dejar de hacer viajes.
Hasta Madrid no volvimos a sentir los alfilerazos de la lluvia sobre nuestras pieles, nos perseguíamos con la esperanza de encontrar un remanso ante aquella locura de clima y llegamos a entrar esperanzados en un local atestado, para salir de inmediato en busca del siguiente. Cierto que el tiempo de las pitanzas fue grato; pero a la salida, el tiempo se puso serio, así como si no lo hubiera estado con anterioridad. Tan serio se puso que hubo que recurrir a los vendedores ambulantes de paraguas; yo tenía mi capucha y me impermeabilizaba a duras penas de los chaparrones con que nos obsequiaban las nubes. En la primera cafetería en la que conseguimos un espacio para resguardarnos de la lluvia e intentar aliviar nuestros cuerpos, al compañero Antonio le desapareció misteriosamente el primer paraguas y digo primer, porque luego le desaparecería un segundo.
De vueltas a la Cuesta de Moyano, se nos empezaron a mojar los pies, las espaldas, los pensamientos y alguna otra parte del cuerpo. El refugio que encontramos ahora era un restaurante hindú; nuestra misión imposible conseguir que nos sirvieran un asiático. El cura que se deja caer alguna de estas ocurrencias, que siempre encuentra simpatizantes, puso en compromiso al camarero que solícito nos atendía. Claro que tenían asiático, el mismo lo era; así que anotaba un plato de pollo asiático que comenzó a explicarnos sin hacerse entender, interrumpido de inmediato por los que acompañábamos al buen cura 5 veces rojo. Antonio, el de los paraguas; se ofreció voluntario para conseguirnos un asiático en condiciones; en total, serían siete. Primer problema, no hay leche condensada; segundo, no hay coñac, ni anís, ni licor 43. Problemas que superamos al indicarnos que había leche y whisky; no íbamos a reparar en detalles, sobre todo con la que estaba cayendo afuera.
Con nuestro asiático en el cuerpo, sorteamos las obras de la calle Atocha hasta llegar a nuestro destino; empezaban a llegar personas del nuestro y de otros grupos; aquello empezaba a crecer.
Nuestras pretensiones tomaban el asfalto; la lluvia nos dio tregua hasta que alcanzamos la Puerta del Sol. Debíamos haber realizado menos parones, menos tiempo; apenas leído el manifiesto, la lluvia volvía a hacer acto de presencia y nosotros volábamos hacia el bus que nos devolviera a tierras más cálidas.
Nota: Si usted no encuentra motivos en éste artículo, busque bien, porque nos están sobrando.
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