Para empezar la vida, la luz, el amor, la esperanza…
En qué momento se desvió la trayectoria de quien creyó que la muerte era solución?
Para seguir, la vida…
No existe el camino si no existe caminante, si la voz se calla, no hay palabra, no hay respuesta, no hay defensa. María madre, amiga, amor de su hija y viceversa; reducida a la mínima expresión que soporta un cuerpo; desposeída a la fuerza. Llorando a su único eslabón con la vida, clamando por la vida de su vida, de su cuerpo roto. María también fue asesinada, como lo fuimos cada una de las personas que creemos en la vida. Todas podemos sentir el acero en la garganta, los estertores de la muerte, la carne hendida.
Todas somos víctimas de un inútil ser que se coló en nuestras vidas, sin ser vida, sin ser humano, sin empatía. Víctimas de una mente cobarde, de un psicópata, una mala bestia incapaz de sentir nada, incapaz de humanidad y aún de instinto. Verdadera escoria o vómito de la sociedad que hemos creado a lo largo de la historia.
“Por qué mataste a mi hija?”; pregunta María al asesino, como quien grita a un muro, a una piedra, al vacío. La valentía de una madre, frente a la cobardía de quien se otorga la posibilidad de segar una vida.
María seguirá llorando hasta el último respiro a su hija ausente, nada ni nadie podremos evitar su sufrimiento; su ausencia no puede obviarse, no puede taparse con ninguna otra presencia. María se convierte en madre de todas las hijas, porque en cada una de ellas hallará un enlace con la vida de la suya; con su propia vida. María es la madre con el corazón roto capaz de gritar a la cara del asesino, capaz de amar a cada mujer y discernir entre los hombres; capaz de preocuparse incluso, por el letrado defensor del asesino.
Persona tan grande que hemos visto atravesada de dolor, retorciéndose en el suelo; “Mi hija, mi hija”. La vida arrebatada a la hija, es arrebatada a la madre y me sumo, como muchas otras personas con las que he comprobado, que a todas nos falta un trozo de vida. Todas hemos sido asesinadas.
Buscando las palabras; María comentaba; “Es la ira lo que me mantiene viva”. Yo se que es otra cosa, te mantiene viva el amor de madre, ese que ya no tiene destino cierto en tu vida. Andamos muy necesitadas las personas de personas como tú, capaces de amar tanto.
Por todo esto resultaba innecesario tanto agradecimiento por tu parte, María; también por parte de tus hermanos. Es la propia necesidad de sentirse, de humanizarse, de amarse; la que nos mueve, la que nos hace, la que nos une, nos hace SER. Ese ser con mayúsculas que buscamos en la vida, que buscamos entre los seres más queridos, entre las personas que podemos mirar a los ojos y entre aquellas personas de las que se espera que den la talla para poder considerarlas seres humanos.
Tan sencillo, que muchas veces, pasa desapercibido y, para nuestra desgracia; a veces, damos crédito a seres que de humano, tienen poco más que la apariencia.
Aún con una extraña sensación en la garganta, con un cuerpo que responde a medias, con los ojos húmedos y la mente maltrecha para poder ordenarse, para asimilar lo visto y lo oído en estos días; hay una figura que destaca enorme en su simplicidad, enorme en talla interior y verdadero ejemplo de Ser Humano, María.
Cristina está presente en tu presencia, y recibe las “caricias” de sus niños, en cada recuerdo tuyo, en tu gesto amable, en la levedad de tu sonrisa. Está con nosotros porque tú estás y la sentimos en esencia, a través de un gesto tuyo, una palabra, tu mirada.
Atrás, muy atrás queda la Justicia; hemos progresado poco y mal en éste aspecto. Desde el lado humano, resulta imposible evaluar a una entidad que se destaca por su ausencia de humanidad; con qué medidas se puede medir la atrocidad? Cómo se puede valorar una vida? Qué pena restituye una muerte?
No, no es ese nuestro camino; podemos parar y mirar el paisaje, o charlar de cualquier cosa, detenernos por una flor junto al camino...Pero el camino se abre frente a nuestros ojos, dispongamos el paso siguiente y luego el otro. Abracemos el sentido de la vida, abracemos el amor en cada paso; caminemos resueltamente, sembrando; paz y armonía; haciendo humanos nuestros pasos; abriendo los brazos a la vida.
Ya solo me queda recordar que el asesino, ha callado para siempre una voz; pero somos miles las voces que ha sacado del silencio, miles las que se irán uniendo de quienes amamos la paz y la palabra, de quienes creemos y creamos humanidad, no seres sin nombre y sin corazón.
La vida nos otorga las razones necesarias, seremos el ser imprescindible, dejando de lado la violencia.
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