Todavía guardo en la memoria una escena que me resulta tan vívida como simbólica. Corría el año 2018 cuando, en un conocido restaurante de Portmán, fui invitado por un grupo de empresarios de La Unión a una comida informal que terminó derivando en una reunión improvisada sobre el futuro de la bahía. Sobre el mantel, entre platos y copas ya vacías, desplegaron un plano en el que se representaba la bahía completamente sellada. Encima de esa superficie sellada, proyectaban diversos usos alternativos del suelo, todos en régimen de concesión.
Me preguntaron entonces por mi impresión. Les respondí con la franqueza que me permite tanto la formación técnica como el compromiso con este lugar: el sellado era —y sigue siendo— la única solución viable. Y aunque no me pareció descabellado pensar en posibles usos compatibles tras el sellado, advertí que esa fase no debía preceder —ni mucho menos sustituir— la responsabilidad de actuar con rigor ambiental y ética pública.
Lo peor es que hoy, muchos de aquellos empresarios, que en privado respaldaban el sellado como única salida realista, se agrupan ahora en escenarios públicos junto a su alcalde, proclamando exactamente lo contrario: un sonoro "No al sellado". ¿Qué ha cambiado desde entonces? No la realidad ambiental, ni los informes técnicos, ni los riesgos geotécnicos. Lo que ha cambiado es el clima político, el juego de intereses y la conveniencia del relato.
Entonces uno se pregunta:
¿Qué político, verdaderamente responsable, estaría dispuesto a dar luz verde a un proyecto que podría desencadenar una catástrofe ambiental marítimo-terrestre de consecuencias incalculables?
Porque eso es lo que está en juego. Quien plantea alternativas al sellado debe asumir la posibilidad de un colapso ecológico aún mayor. Y eso, en el contexto de Portmán, no es una especulación, sino una amenaza tangible que la ciencia ya ha advertido múltiples veces.
No necesitamos más giros de guion ni discursos para la galería. Necesitamos memoria, rigor, y, sobre todo, responsabilidad. Que no se nos olvide que detrás de esta bahía están décadas de abandono, manipulación y sufrimiento. Y que, muy a pesar de algunos, la verdad técnica no cambia al ritmo de las campañas ni al compás de los aplausos interesados.
Escuchen a quienes sabemos un poco. Y actúen antes de que el desastre tenga réplica.
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