El frío alambre afilado como el aire del Norte, se hunde en la piel, camina sobre el pecho, atraviesa la sangre en un grito inaudible.
Antonio Baeza | 8 jun 2019

El frío alambre afilado
como el aire del Norte,
se hunde en la piel,
camina sobre el pecho,
atraviesa la sangre
en un grito inaudible.
Los sentidos contenidos
madurando una respuesta,
excusando la presencia;
escondidos, temerosos.
Suena el chasquido del hueso,
un trueno en la nube de la mente,
sólo noche.
El aire cerrado entre paréntesis,
enloquecido por preso,
minimizado sin libertad;
limitado en el espacio,
se traduce en sombra,
se reduce a polvo arrinconado.
Nido de noches eternas,
poso de tiempos muertos
será, en otro tiempo,
poblado de semillas,
los soles le elevarán en la savia.
El latido cósmico será
el impulso necesario;
la vida abrirá
flor de vida,
color de vida;
a cualquier mirada inesperada.
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Latir es fundirse con el vértigo,
quedar a merced del viento,
aventurarse en la esperanza;
es, dibujar el horizonte
y dotarle de días y noches,
astros y espacios;
gratuitamente, poner un pentagrama
donde sustentar las notas del amor.

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